
El código Da Vinci no tendría ninguna importancia, y de hecho no la tiene, es decir me da igual lo que cuenta y como lo cuenta, hay muchísimos libros malos y nunca le digo a nadie que lo que está leyendo es malo, según mi humilde criterio, muchas veces equivocado por supuesto, o según los cánones. De hecho también a mi me gustan libros considerados malos, y me da igual lo que digan los eruditos, y eso no los convierte en buenas lecturas, ni a mi en una persona culta. Efectivamente los best sellers no son malas lecturas, cada uno tiene sus razones para leer, pero mi odio por este libro surge de otras muchas malas experiencias con defensores a ultranza del citado volumen.
La primera señal que tuve del libro de Dan Brown, me llegó de parte del marido de una compañera de trabajo, y la segunda de una amiga. No conozco los hábitos lectores del primero, pero me consta que es una persona informada e inteligente. En cuanto a la segunda, mi amiga, es una lectora casual de ficción, a veces me pide consejo, no por mi erudición, ya lo he dicho, pero la lectura es mi único deporte, entretenimiento, consuelo muchas veces y, lo mejor, debo estar, al menos, informado por lo que respecta a mi trabajo, y soy testigo de que es una persona sobresaliente, no superdotada, pero sí brillante. En ambos casos la descripción del libro es que era “muy entretenido” y “entretenido” respectivamente.
La verdad que no me interesó mucho el tema, y lo dejé pasar, ya que mi mesilla de noche parecía la mesa de novedades del Corte Inglés. Pero entonces empezó la fiebre. Miles de personas contándome lo emocionante y buena que era la novela, discutiendo si los hechos eran ciertos o no, hasta un elemento que me confesó que “este libro me ha cambiado la vida”, lo que no me pareció cierto en ninguna medida, por lo menos en lo que yo conocía su vida hasta entonces y después de leer el tocho. Yo seguía mis visitas a las librerías lo tomaba en mis manos y seguía sin apetecerme, pero mientras tanto una avalancha de información llegaba a mis oídos, y conseguí hacerme una idea de la trama, que por supuesto no era en absoluto provocativo, estimulante, desafiante ni perturbador.
El colmo de tanto despropósito se desplegó ante mi durante la que debería haber sido una amable sobremesa, donde dos energúmenas se me echaron encima por decir que toda novela era una ficción por mucho que estuviera basada en hechos reales. No tenía mucho más que decir, pues no había leído el libro, y la película estaba en capilla. Como era una comida de trabajo, las odio, la mayoría de las personas que estábamos no nos conocíamos muy profundamente, así que la impresión que saqué por sus palabras, fue que fui calificado como muy religioso, quizás opusiano, y vamos a dejarlo aquí.
Como soy un paranoico, no hay más que ver este blog que afortunadamente no parece tener inspecciones, empecé mis pesquisas. (tengo que dejar esto, porque sino voy a tener que buscarme un psiquiatra y no me lo puedo permitir).
· En primer lugar me entero de que la famosa Janet Maslin, crítica del New York Times lo califica de “best-seller culto”. De hecho en una entrevista posterior que leí por casualidad en un dominical, el autor contaba como después de la reseña hecha por la susodicha, sus amigos lo llamaban por teléfono para preguntarle si Maslin era su tía o algo así.
· El propio autor comienza el libro con una declaración en la que revela sus supuestas fuentes, y que los hechos narrados son reales. Comparar esto con obras de otros autores como Robert Graves, Mary Renault o Gore Vidal, que escribieron mucho mejor que Brown, y que también nos acercaban a sus fuentes pero con la salvedad de añadir que a partir de ellas, habían construido sus propias ficciones, me pareció un buen truco.
Al principio pensé que ese aviso también formaba parte de la trama, pero no, Brown lo decía en serio. Pero resulta que eso también era falso. El autor presenta como verdadero un fraude que se dio en los años 50 del siglo pasado, cuando Pierre Plantard (1920-2000) francés monárquico, antisemita y de extrema derecha crea los Dossier secretos de Henri Lobineau, donde se habla del Priorato de Sión[1], una sociedad secreta de la que él es el Gran Maestre, y se atribuye una descendencia real merovingia adoptando el nombre de Pierre Plantard de Saint Clair. Más tarde se vinculó con el supuesto tesoro de Rennes-le-Château[2]. Esta teoría del Priorato de Sión, surge de vez en cuando algún listo quiere vivir del cuento. Pero Brown considera la filiación histórica de la Orden con Godofredo de Bouillon en el año 1099 durante la Primera Cruzada. Además la considera como una corriente “feminista”y “progresista”, y por supuesto políticamente correcta. En realidad me parece que la idea de sustituir un dios por una diosa, que aún encima trabaja para la pasma gabacha, no es nada polémica, ni renovadora, ni desafiante, ni progresista. Más bien me parece otra dudosa alternativa a toda la caterva de religiones que nos amargan la vida (no siempre, alguna vez comprendo que puedan ser reconfortantes, pero hablo en general). Y desde luego discutir si es cierto o no, o si es mejor esta que las que ya tenemos, es lo mismo que considerar una discusión entre la heredad de Felipe y Leticia o de Elena y Marichalar, o entre Sofía y un posible hermano, o si es mejor el pretendiente a la corona de Francia, el señor don hijo de Carmencita Martínez-Bordiú o un tal Enrique de Orleáns que fue desahuciado por no pagar el alquiler, ya que su papá opinaba que no debía trabajar. En fin, un fraude las dos alternativas, pero mientras las discutimos nos perdemos la única opción razonable.
Los bibliotecarios comenzaron a volverse locos, haciendo carnés de biblioteca de entre aquellos con los que nunca pensaron contar, y necesitando hasta 3 ejemplares en bibliotecas de barrio donde solo se duplican los textos recomendados en los institutos. Pero en la mayoría de los casos, estos nuevos lectores necesitaron más del mes prescrito para leerlo, lo que no parece concordar con lo entretenido que era. Y lo que es peor, más de la mitad de estos carnés han dejado de utilizarse a medida que iban publicándose el resto de los libros de Dan Brown. Destacaremos el caso de un amigo sevillano que dejó de confiar en las investigaciones de Brown después de leer “La fortaleza digital” donde se describe la Sevilla del 2000 como un escenario de 5 siglos atrás. Si tenemos en cuenta que Brown pasó allí uno de sus años académicos, no está muy claro cuáles son sus ponderados criterios al realizar sus investigaciones.
Los comentarios al respecto del libro de otros escritores de best-sellers españoles, tales como Ruiz Zafón (aunque no creo que su libro sea comparable al Código, yo creo que es mejor) o Julia Navarro, en defensa del género parece más bien una defensa propia. Al menos Vázquez-Figueroa sabe que es lo que está escribiendo y lo dice sin ningún pudor.
En fin, que el Código solo ha creado especialistas en literatura con un solo libro, y sobre todo, especialistas en los Templarios. Pues entonces, pa ná.
La primera señal que tuve del libro de Dan Brown, me llegó de parte del marido de una compañera de trabajo, y la segunda de una amiga. No conozco los hábitos lectores del primero, pero me consta que es una persona informada e inteligente. En cuanto a la segunda, mi amiga, es una lectora casual de ficción, a veces me pide consejo, no por mi erudición, ya lo he dicho, pero la lectura es mi único deporte, entretenimiento, consuelo muchas veces y, lo mejor, debo estar, al menos, informado por lo que respecta a mi trabajo, y soy testigo de que es una persona sobresaliente, no superdotada, pero sí brillante. En ambos casos la descripción del libro es que era “muy entretenido” y “entretenido” respectivamente.
La verdad que no me interesó mucho el tema, y lo dejé pasar, ya que mi mesilla de noche parecía la mesa de novedades del Corte Inglés. Pero entonces empezó la fiebre. Miles de personas contándome lo emocionante y buena que era la novela, discutiendo si los hechos eran ciertos o no, hasta un elemento que me confesó que “este libro me ha cambiado la vida”, lo que no me pareció cierto en ninguna medida, por lo menos en lo que yo conocía su vida hasta entonces y después de leer el tocho. Yo seguía mis visitas a las librerías lo tomaba en mis manos y seguía sin apetecerme, pero mientras tanto una avalancha de información llegaba a mis oídos, y conseguí hacerme una idea de la trama, que por supuesto no era en absoluto provocativo, estimulante, desafiante ni perturbador.
El colmo de tanto despropósito se desplegó ante mi durante la que debería haber sido una amable sobremesa, donde dos energúmenas se me echaron encima por decir que toda novela era una ficción por mucho que estuviera basada en hechos reales. No tenía mucho más que decir, pues no había leído el libro, y la película estaba en capilla. Como era una comida de trabajo, las odio, la mayoría de las personas que estábamos no nos conocíamos muy profundamente, así que la impresión que saqué por sus palabras, fue que fui calificado como muy religioso, quizás opusiano, y vamos a dejarlo aquí.
Como soy un paranoico, no hay más que ver este blog que afortunadamente no parece tener inspecciones, empecé mis pesquisas. (tengo que dejar esto, porque sino voy a tener que buscarme un psiquiatra y no me lo puedo permitir).
· En primer lugar me entero de que la famosa Janet Maslin, crítica del New York Times lo califica de “best-seller culto”. De hecho en una entrevista posterior que leí por casualidad en un dominical, el autor contaba como después de la reseña hecha por la susodicha, sus amigos lo llamaban por teléfono para preguntarle si Maslin era su tía o algo así.
· El propio autor comienza el libro con una declaración en la que revela sus supuestas fuentes, y que los hechos narrados son reales. Comparar esto con obras de otros autores como Robert Graves, Mary Renault o Gore Vidal, que escribieron mucho mejor que Brown, y que también nos acercaban a sus fuentes pero con la salvedad de añadir que a partir de ellas, habían construido sus propias ficciones, me pareció un buen truco.
Al principio pensé que ese aviso también formaba parte de la trama, pero no, Brown lo decía en serio. Pero resulta que eso también era falso. El autor presenta como verdadero un fraude que se dio en los años 50 del siglo pasado, cuando Pierre Plantard (1920-2000) francés monárquico, antisemita y de extrema derecha crea los Dossier secretos de Henri Lobineau, donde se habla del Priorato de Sión[1], una sociedad secreta de la que él es el Gran Maestre, y se atribuye una descendencia real merovingia adoptando el nombre de Pierre Plantard de Saint Clair. Más tarde se vinculó con el supuesto tesoro de Rennes-le-Château[2]. Esta teoría del Priorato de Sión, surge de vez en cuando algún listo quiere vivir del cuento. Pero Brown considera la filiación histórica de la Orden con Godofredo de Bouillon en el año 1099 durante la Primera Cruzada. Además la considera como una corriente “feminista”y “progresista”, y por supuesto políticamente correcta. En realidad me parece que la idea de sustituir un dios por una diosa, que aún encima trabaja para la pasma gabacha, no es nada polémica, ni renovadora, ni desafiante, ni progresista. Más bien me parece otra dudosa alternativa a toda la caterva de religiones que nos amargan la vida (no siempre, alguna vez comprendo que puedan ser reconfortantes, pero hablo en general). Y desde luego discutir si es cierto o no, o si es mejor esta que las que ya tenemos, es lo mismo que considerar una discusión entre la heredad de Felipe y Leticia o de Elena y Marichalar, o entre Sofía y un posible hermano, o si es mejor el pretendiente a la corona de Francia, el señor don hijo de Carmencita Martínez-Bordiú o un tal Enrique de Orleáns que fue desahuciado por no pagar el alquiler, ya que su papá opinaba que no debía trabajar. En fin, un fraude las dos alternativas, pero mientras las discutimos nos perdemos la única opción razonable.
Los bibliotecarios comenzaron a volverse locos, haciendo carnés de biblioteca de entre aquellos con los que nunca pensaron contar, y necesitando hasta 3 ejemplares en bibliotecas de barrio donde solo se duplican los textos recomendados en los institutos. Pero en la mayoría de los casos, estos nuevos lectores necesitaron más del mes prescrito para leerlo, lo que no parece concordar con lo entretenido que era. Y lo que es peor, más de la mitad de estos carnés han dejado de utilizarse a medida que iban publicándose el resto de los libros de Dan Brown. Destacaremos el caso de un amigo sevillano que dejó de confiar en las investigaciones de Brown después de leer “La fortaleza digital” donde se describe la Sevilla del 2000 como un escenario de 5 siglos atrás. Si tenemos en cuenta que Brown pasó allí uno de sus años académicos, no está muy claro cuáles son sus ponderados criterios al realizar sus investigaciones.
Los comentarios al respecto del libro de otros escritores de best-sellers españoles, tales como Ruiz Zafón (aunque no creo que su libro sea comparable al Código, yo creo que es mejor) o Julia Navarro, en defensa del género parece más bien una defensa propia. Al menos Vázquez-Figueroa sabe que es lo que está escribiendo y lo dice sin ningún pudor.
En fin, que el Código solo ha creado especialistas en literatura con un solo libro, y sobre todo, especialistas en los Templarios. Pues entonces, pa ná.
[1] El 20 de julio de 1956, en el Boletín Oficial de la República Francesa, número 167, página 6731, se anuncia la fundación del Priorato de Sión. Es decir, el Priorato no arranca de la época de Las Cruzadas, como se pretende decir, sino que data de la fecha comentada. En una carta datada del 6 de julio de 1989, dirigida "A todos nuestros hermanos", dice: "... el Priorato de Sión es reciente.... "sxvxcv
[2] Hacia 1895 Dom Berenguer Saunière (el mismo apellido del Conservador del Museo Louvre) habría descubierto ciertos documentos secretos en su parroquia relacionados con el cuerpo de Jesús, su relación con María Magdalena y también, cuando no, un tesoro. En los años sesenta Plantard motivaría al escritor profesional dedicado a la divulgación de "secretos", Gerard de Sède a escribir y publicar la obra titulada L´or de Rennes ou la vie insolite de Berenguer Saunière, Curé de Rennes le Château, París: Julliard, 1967
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